lunes, 30 de noviembre de 2015

No se actúa hasta que no se le ven las orejas al lobo...

...O casi. Esta semana se celebra en París la Conferencia de las Partes vigésimo primera (COP21), lugar de encuentro para numerosas organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, esperándose la asistencia de unos 50.000 participantes. El objetivo de esta reunión es llegar a un acuerdo para evitar que la temperatura media del planeta suba más de 2º en 2100, y así evitar, en la medida de lo posible, que problemas tan graves como el que representa el cambio climático alcancen un punto de no retorno. Pero… ¿dos grados? Si eso es nada y menos, ¿no? Imaginaos ciudades arrasadas por tsunamis, miles de hectáreas de campos y cultivos perdidas por tormentas y lluvias torrenciales, pantanos sin una sola gota de agua debido a sequías… Pueden parecer argumentos de una película de ciencia ficción a lo “2012” pero en realidad son algo mucho más cercano: consecuencias de que la temperatura aumente esos dos grados, a priori tan insignificantes.
Desde el Protocolo de Kyoto (1997) se han intentado establecer medidas para reducir los gases invernaderos emitidos a la atmósfera mas han sido pocos lo países que han conseguido acercarse a los valores establecidos (España no lo ha conseguido y debe pagar por “derechos de emisión” de toneladas de gases nocivos  al medioambiente). El mayor contaminante del planeta azul, Estados Unidos, se adhirió al pacto aunque no lo llegó a ratificar, para finalmente abandonarlo en 2001, apenas 4 años después cuando el límite estaba en 2012. Tampoco secundó la segunda parte del Protocolo, que va desde 2013 hasta 2020.

Ha habido otras conferencias posteriores al Protocolo, todas finalizadas sin haber alcanzado acuerdos de provecho y, mientras tanto, la temperatura sigue subiendo.
La pregunta que surge es: ¿Por qué no se hace nada? ¿Tan difícil es?

La respuesta aquí no es otra que "el dinero lo mueve todo" y que los intereses priman más que las buenas voluntades, por mucho que sean problemas de tal calibre (sí, soy  de corte realista). El ejemplo perfecto de todo esto está en China. Pekín, capital de tan vasto país, está envuelta día y noche en una nube de contaminación denominada “smog” (smoke + fog) que no permite ver la luz del sol. La causa  se debe a la ingente producción industrial llevada a cabo en esa parte del mundo, en la cual se consume mayoritariamente carbón, el combustible fósil que más contamina. El problema reside en que, aunque lo fácil sería producir menos, muchísimas compañías internacionales se opondrían a la propuesta ya que es allí donde fabrican sus productos, o al menos una parte de ellos (como el iPhone, diseñado en California y ensamblado en China). El gran ahorro de costes que supone deslocalizar la compañías y llevarlas a este territorio (dado el menor salario que deben darles a los trabajadores) se está cobrando su revancha en un aumento del calentamiento global. Como diría José Mota: “Las gallinas que entran por las que salen”.

En este tipo de situaciones, por mucho que organizaciones internacionales gubernamentales como la ONU denuncien esta situación, son sus propios componentes, cada país, quienes van a adoptar una postura reticente a la toma de medidas que perjudiquen sus intereses. Es necesario que se lleve a cabo un cambio, una concienciación a escala global si se quiere arrancar algo más que meras palabras, vacías de intención. Las emisiones al medioambiente deben reducirse drásticamente, y lo tienen que hacer ya. Por todo esto, confiemos en que la COP21 alcance verdaderos acuerdos y no tengamos que verle las orejas al lobo.

Fuente: http://www.cop21paris.org/about/cop21, El País, El Mundo


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